Sunday, March 08, 2015

Comentario de Poemas Lumbares por Diego Colomba, publicado en Señales (Diario La Capital de Rosario) el 14/12/14

Poemas de dolencia y sanación
Poemas lumbares de Lisandro González. Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 2014.

Por Diego Colomba

Una vivencia personal –la dolencia de una hernia de disco– llevó a Lisandro González  (Rosario, 1973) a hacer de algunos meses de convalecencia hogareña materia de su escritura. El resultado fue una serie de textos que, reunidos con algunos más breves y recientes, conformarían Poemas lumbares, el título ganador de la última edición del Premio provincial José Pedroni en la categoría Obra inédita. Aunque el galardón solo responde a las cualidades del libro, para muchos vale también como un reconocimiento de la obra del rosarino, compuesta de siete títulos propios –y otras tantas participaciones en volúmenes colectivos– que dan cuenta de las diversas inflexiones de una singular voz lírica, ajena desde sus comienzos –soplaban ardorosos aires juvenilistas (aún no extintos)– a las modas y a las jergas de pertenencia.
Poemas lumbares se compone de dos partes formalmente muy diferentes. La primera se titula “La apariencia de los objetos o elementos nocturnos” y cuenta con 27 poemas (de cinco tercetos de versos libres frecuentemente encabalgados) y uno breve a manera de colofón. La segunda parte, “La película que somos”, está compuesta por acrósticos inspirados en amigos y familiares, incluso en el médico que asistió a González en el trance antes aludido. En el seguimiento de ciertas normas formales –una suerte de auto limitación estimulante– resuena una de las connotaciones menos obvias del título del libro: las vértebras lumbares, los segmentos más macizos de la columna vertebral, resultan la base sobre la que se apoyan las demás vértebras. Ambos apartados conjugan temas y rasgos retóricos y al mismo tiempo se tensionan tonalmente: el decir sombrío, reflexivo y moroso del primero contrasta con el más escueto, luminoso e intempestivo del segundo.
La primera parte de la obra se ocupa del dinamismo pasional propio de una subjetividad que padece (condición “ya no sentimental, casi de existencia”), en un periplo que recorre desde la alborada hasta la llegada de la noche, cuando “se enrarece el vínculo de las cosas”. Una serie de elementos domésticos, urbanos y ribereños configura el “equilibrio oscilante” de una geografía íntima. El dolor alumbra la conciencia del cuerpo que, en tanto voluntad querenciosa, se despliega sensitivamente para afirmarse, en una suerte de desasosiego constante. Bajo un cuidado aire impersonal, que atempera una figuración proliferante, esa estrecha relación entre sensibilidad y sentimentalidad (“Pequeña dentellada en el nervio/ y otra en el corazón/ –en nervio padre–“) se vuelve el obsesivo tema de los textos. Si la sensibilidad es una herida abierta al mundo, que disgrega y debilita el cuerpo, este último desarrolla una enérgica actividad para crear un “imperio” propio. Para González, esta práctica industriosa (“abre una carpeta en un sitio/ entre el poema y las cosas”) da como resultado, entre otras cosas, “rudimentarios/ pentagramas del olvido”.
Ese arte poética esbozado fragmentariamente se impone como tema en la segunda parte. Una sucesión de actores disparan la rememoración de luminosas experiencias, como compañeros y testigos, cuando no suscitadores de las mismas. El sujeto poético va más allá de las apariencias para penetrar la tiniebla de la pasión que son los seres que comparten su camino, y lo hace sin certezas: aunque González sea un hombre de fe, felizmente no escribe como tal (“salvaciones cuya grafía esbozamos/ inútilmente”) y en “la película que somos” no reconoce director ni nombre de autor. Se suceden entonces felices aproximaciones al fenómeno poético que hacen de la música y el hallazgo (sensible, sensitivo o intelectual) sus elementos constitutivos. Cada una de las experiencias cifradas en los nombres (que nos persuaden de la motivada arbitrariedad de los acrósticos) minan la apabullante monotonía de las vidas grises aludidas en el primer apartado y se conectan con el arte: infinito, eternidad, belleza, desafío del tiempo, milagro, lejanía, misterio, gesto onírico, destino que se atisba, iluminaciones, sueños, formas de vida, amor, esperanza. Como se dice en el acróstico dedicado a su terapeuta, que de alguna manera cierra el relato de una experiencia: “pero/ alguien/ vuelve con la/ espalda/ sana al instante de lo/ inmenso y/ omnipotente”. Si toda pasión corporal es inquisitiva porque busca descubrir un secreto, una de las maneras más ardientes de asumirla, nos dice la voz sentimental de González, es la poesía.


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