Sunday, August 02, 2015
Wednesday, July 29, 2015
Lisandro González: sus respuestas y poemas
Por Rolando Revagliatti | 12/21/2014
Lisandro González nació el 14 de marzo de 1973 en la ciudad de Resistencia, provincia del Chaco, la Argentina. Reside desde los cinco meses de vida en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe. Es abogado. Ha colaborado, por ejemplo, en los diarios “La Capital” de Rosario, “El Litoral” de la ciudad de Santa Fe, en las revistas “Letracosmos”, “La Costurerita”, “El Vendedor de Tierra”, “Facundo”, “La Guacha”, “Poesía de Rosario”, así como en publicaciones periódicas de Uruguay y México. Poemas suyos fueron traducidos al portugués. En 1996 obtuvo el segundo premio en la Bienal de Arte Joven organizado por la Federación Universitaria de Buenos Aires. En 1999 fue miembro del jurado del concurso de poesía organizado por la revista “Los Lanzallamas” y en 2003 del concurso juvenil de cuentos a partir de la obra de Leónidas Gambartes, organizado por la Municipalidad de Rosario. Entre las antologías en las que fue incluido, citamos: “11 jóvenes poetas – Homenaje a Edgar Bayley”, “Los que siguen – Veintiún poetas rosarinos” (2002), “Perras”, “Fin zona urbana”, “Café con letras – Poetas de Rosario” (1997), “Retratos de poetas” (2000), “Dodecaedro de poetas”, “Álbum de poesía mundial 2014” (Porto Alegre, Brasil, julio 2014). Integra el CD “Voces de Poetas” (1999). Poemarios publicados: “Esta música abanica cualquier corazón” (Homo Sapiens, 1994), “Leña del árbol erguido” (Ediciones Poesía de Rosario, 2000), “Hobbies de hotel” (Ediciones en Danza, 2004), “Intervalo lúcido” (ASDE Asociación Santafesina de Escritores, 2007; Primer Premio “José Rafael López Rosas” 2007), “Los cauces vacíos” (Ediciones Poesía de Rosario, 2011), “Política del otoño” (2013; Premio Nacional “Luis Di Filippo” 2013), “Poemas lumbares” (2014; Premio Provincial “José Pedroni” 2013).
1 – Integraste un llamado proyecto de escritura colectiva: “El Aro en la Lengua”, junto a Ricardo Guiamet, Federico Tinella, Germán Roffler, Patricio Valverde, Fernando Marquinez, Roberto Lobos y el fallecido poeta Fabricio Simeoni. ¿Quiénes generaron la propuesta y en qué consistió exactamente? ¿Cómo procedían y durante qué lapso? ¿A qué resultados arribaron? ¿Socializaron ese quehacer? Y ya en otro orden: ¿Por qué ocho varones… y ninguna flor?
LG – La realidad es que el proyecto, según creo recordar, no fue algo programado, sino que resultó consecuencia de una serie de cenas que en esa época se hacían en casa de Fabricio. No te puedo decir si nos reuníamos con regularidad, pero durante el 2004 nos juntamos bastantes veces. Laburábamos “en vivo”, pero puede haber habido alguna experiencia vía mail. Seguramente el que impulsó la idea fue Fernando Marquinez –él es un poeta que recién este año editó su primer libro en solitario y que participó en varios de manera colectiva-. Usamos distintos métodos, partiendo en general del clásico cadáver exquisito. Unos poemas también se generaron, a sugerencia de Ricardo Guiamet, tomando como base la serie del matemático Fibonacci. Se escribieron un buen número de textos –la mayoría de tono onírico- con la idea de poder publicarlos, pero llegamos a imprimir plaquetas que repartimos en la edición de ese año del Festival de Poesía de Rosario (y que acompañamos con remeras alusivas). Precisamente hace poco Fernando nos ha movilizado para ver si sacamos un libro ahora. La ausencia de damas se debió simplemente a que se trabajó en reuniones de amigos varones.
2 – Hemos nombrado a Fabricio Simeoni (1974-2013). Mi único contacto con él ha sido un par de intercambios de libros a través del correo postal. En cambio vos lo has tratado mucho. Otros, que como vos lo han tratado a Fabricio, seguramente agradecerán, Lisandro, que lo evoques como persona y nos des tu opinión sobre su poética.
LG – Se acaba de cumplir un año de su fallecimiento y realizamos un acto en una cortada de Rosario, la cual –merced a un proyecto donde tuvo mucho que ver el escritor local Marcelo Scalona- ahora lleva su nombre. Es paradigmático, porque en la esquina hay un bar donde Fabricio coordinaba un ciclo, una parrilla donde se lo solía ver y un boliche donde también él era habitué. Como poeta laburaba sobre paisajes surreales urbanos; jugaba mucho con las palabras, tanto con los sentidos como con el sonido, en clave de distorsión. Era un tipo lúcido y de gran ironía. Yo veía que todos los años editaba más de un libro y consideraba si no debía dejar decantar más los textos. Pero creo que él percibía que, dada su condición física –padecía una atrofia muscular que lo confinaba a una silla de ruedas y no le permitía moverse-, no iba a tener demasiados años por delante y aprovechaba todas las posibilidades editoriales. Sostuvimos nuestra amistad durante alrededor de quince años. Te llamaba la atención su estado, pero enseguida, cuando entrabas en confianza, hasta se generaban chistes que él mismo propiciaba. Cuando sus actividades lo dejaban en el centro por la noche, te llamaba y te ibas a cenar con él y en esos encuentros conocías gente que él aglutinaba. La verdad es que la pasé muy bien, me divertí un montón y se lo extraña mucho –como poeta, pero yo, egoístamente, como amigo y compañero-.
3 – Vayamos al título de tu cuarto libro: es a modo de introducción que instalás una frase de “De la sucesión testamentaria” de nuestro Código Civil, donde aparece “intervalos lúcidos”, así, en plural, y enigmáticamente firmado con dos iniciales: V. S. Ilustremos a nuestros lectores: las secciones son “Cromático sombrío”, “Intervalo lúcido”, “Papeles personales”, “Mantel al viento” y “Bestiario”. ¿Cómo “se te fue armando”, por qué estas secuencias, por qué el “intervalo” prevalece y nombra al corpus?
LG – Sí, podría haber sido menos enigmático: “V.S.” no es nada menos que Dalmasio Vélez Sarsfield, redactor del por ahora vigente Código Civil. Dado que mi profesión es la de abogado y siempre trato de mantener separadas las actividades y sus campos respectivos, esto me lleva a exagerar, como en este caso. Las secciones en que se divide el libro responden a que intento agrupar los poemas con algún sentido –fue el poeta rosarino Hugo Diz, quien me ayudó con gran generosidad cuando di mis primeros pasos en la poesía y me enseñó muchas cosas, el que me señalaba que los libros no debían ser meros agrupamientos de poemas y convenía procurar dotarlos de alguna entidad de obra-. “Cromático sombrío” son poemas de amor; “Intervalo lúcido”, textos vinculados al acto creativo (asunto que a mi pesar suele ser recurrente en mi poesía); “Papeles personales”, un par de poemas para mis padres; “Mantel al viento” corresponde a textos publicados en la antología temática “Pulpa” -que reunía precisamente poesía vinculada al alimento-; y en “Bestiario”, como el nombre lo indica aparecen animales –de manera bastante simbólica, ya que si bien los respeto y no apruebo el maltrato, no soy un amante declarado de ellos, y de chico sólo tuve una tortuga, y ahora, por mis hijas, unos peces-. Sobre la recurrencia del título “Intervalo lúcido” en varios poemas –además de darle nombre al volumen-, responde a una iniciativa que tomé de Eduardo D´Anna en su libro “La montañita”, donde titula varios textos precisamente así : “La montañita”. Me parece interesante pensar el lapso de la creación como un intervalo lúcido en el remolino de tantas otras actividades. Eso no quiere decir que la lucidez de los poetas se pueda dar únicamente en esos momentos. En mi caso, en el remolino, son sí intervalos –aunque uno procure tener las antenas atentas el mayor tiempo posible-. Es un libro al que le tengo particular cariño, y además la edición, un aliciente. Fue merced a la obtención de un premio; y la noticia la recibí en un año donde me encontraba en una muy mala etapa laboral –no por lo económico, sino por el agobio que sentía donde trabajaba en esa época-.
4 – De “Pulpa” no sabía hasta ahora. Y tampoco tenía presente, hasta que lo leí en tu currículum, otras dos antologías cuyos títulos me despiertan curiosidad –porque viste que la curiosidad parece que está dormida y necesita ser despertada, ¿no?-: “Perras” y “Fin zona urbana”. Entre quienes nos estén leyendo, Lisandro, tenelo por seguro, están los que con la curiosidad despierta quisieran que les cuentes –algo ya apuntaste sobre “Pulpa”– con detallismo sobre esas tres antologías. ¿Quiénes han sido los seleccionadores, qué autores las integran, qué características gráficas tienen, qué te parecen a vos…?
LG – Primero me voy a referir a “Perras”, porque las otras dos tienen una vinculación. Fue una antología temática de poetas argentinos que seleccionó Javier Cófreces a raíz del fallecimiento de su perra Mireya, publicada por el sello “Ediciones en Danza”. Como él explica en el prólogo, hay poemas sobre perros de autores de su biblioteca y otros que les fue pidiendo a poetas amigos, entre los cuales tuve el honor de ser incluido. En mi caso compuse un texto para la ocasión –que podría haber estado entre los del Bestiario de “Intervalo lúcido”-. Compartir un libro con Joaquín Giannuzzi, Juan L. Ortiz., Miguel Ángel Bustos, Héctor Viel Temperley, fue una alegría y orgullo enormes. La integran cuarenta y cinco autores, en su mayoría con un único poema.
Respecto a “Pulpa” y “Fin zona urbana” tienen un antecedente que fue “Los que siguen”, una selección de autores rosarinos de 2002. En este volumen, inspirados por “Poesía viva de Rosario” de 1976, junto a Abelardo Núñez intentamos reunir a poetas locales que nos fueran afines generacionalmente –con un criterio bastante laxo- y así llegamos a los veintiuno. Hubo gente que no quiso, por diversos motivos, participar y otros no incluidos que deberíamos haber convocado pero, así y todo, creo que dio un buen panorama de autores que en aquel entonces rondaban los treinta años. Dos años más tarde apareció “Dodecaedro de poetas”, que reunió a once poetas que ya habían sido incluidos en “Los que siguen” más la prologuista de aquel libro, Beatriz Vignoli. La edición la hizo el Concejo Municipal merced a la gestión de María Paula Alzugaray y tuvo como eje temático la ciudad. A partir de ese libro, y siempre a través de la convocatoria, gestión e impulso de María Paula, se editaron tres antologías temáticas más. “Pulpa” en 2006, “19 de fondo” en 2008 y “Fin zona urbana” en 2010. Los temas fueron respectivamente el alimento, la construcción y el campo. Y está próximo a salir “Abat-jour”, sobre la noche. El elenco de cada uno de los libros ha permanecido, en algunos casos, y en otros ha ido mutando, pero siempre con las características de ser autores locales y con alguna proximidad generacional. Si observamos los integrantes de “Los que siguen”, nos mantenemos once poetas de los diecisiete que van a aparecer en “Abat-jour”. Siempre se han incluido varios poemas por autor. La gráfica de los cinco libros ha sido muy cuidada y además, salvo “19 de fondo”, que se abre con un breve texto de Clorindo Testa redactado para la ocasión, cada libro incluye un prólogo escrito por críticos locales (Claudia Caisso, Vignoli, D´Anna y Diego Colomba).
5 – Démosle un lugar al CD. ¿Las voces de qué otros poetas integran “Voces de Poetas”? ¿Quién lo produjo, dónde, quién seleccionó, cómo se distribuyó…?
LG – Fue un proyecto que llevó a cabo Guillermo Ibáñez –de entre muchos otros donde generosamente me ha dado cabida, como en la revista “Poesía de Rosario” que edita desde el año 1993 y cuyos últimos números han sido digitales-. EL CD incluyó la voz de veintiún poetas rosarinos (Omar Aguiar, Alzugaray, Marcela Armengod, Adrián Oscar Bussolini, Ana María Cué, D´Anna, Diz, Ibáñez, Victoria Lovell, Abelardo Núñez, Jorgelina Paladini, Héctor Roberto Paruzzo, Héctor Aldo Píccoli, Alejandro Pidello, Ana Russo, Armando Raúl Santillán, Hugo Sciambarelli, Uribe, Eduardo Valderde, Alberto C. Vila Ortiz y yo) y la edición se hizo en el estudio de una radio local (“FM Tango”). De los detalles técnicos no te puedo decir demasiado y en cuanto a la distribución se encargó el propio Guillermo. A propósito de tu pregunta, ahora hay un sitio web llamado “Sonidos de Rosario”, sostenido por Adolfo Corts y Diego Colomba, que funciona como un archivo digital de sonidos y posee una sección específica que es “Salón de Lectura”, en la cual llevan registrados más de cien escritores, entre poetas y narradores. Al principio fuimos convocados los locales pero se ha ido expandiendo. Ambos proyectos (el CD y el sitio) tienen, en mi opinión, un enorme valor documental.
6 – ¿Cuánto hace que colaborás en algunos medios con comentarios bibliográficos? ¿Son sólo bibliográficos o has incursionado en otro tipo de reseñas? Y desde acá, lo principal: ¿Qué debe preponderar en un digno comentario? Debés de tener periodistas o escritores que valores por la perspicacia y la buena pluma a la hora de analizar: ¿Quiénes son? ¿Qué destacás de cada uno de ellos?
LG – Los primeros comentarios de libros que publiqué fueron incluidos en el antiguo suplemento literario de “La Capital” de Rosario, en la década del ‘90. Siempre me he limitado a reseñas bibliográficas de libros de poesía. Aclaro que lo mío son impresiones de lector y que al carecer de formación académica no tengo el bagaje para incursionar en la crítica. También recientemente me ha tocado presentar una serie de libros, de Fernando Marquinez, Martín Carlomagno, Diego Colomba, Orlando Valdez y Carlos O. Antognazzi. Me parece que una reseña no debe abrumar, sino hacer de puente a la obra, señalando tanto lo bueno como lo malo. La crítica contemporánea ha caído en excesos que han provocado que el crítico degluta al escritor en algunos casos. De todos modos hay mucha gente que trabaja y muy bien pero, para nombrar a un par, en este momento se me vienen a la cabeza los poetas Colomba y D´Anna. Diego, con una mirada muy atenta sobre la producción actual, publicó recientemente un libro de reseñas y críticas, “Mesa de novedades”, y Eduardo ha estudiado concienzudamente la literatura de Rosario, de una manera exhaustiva y orgánica.
7 – Entre 2000 y 2003 -¡qué años, Patria mía!- coordinaste un Ciclo de Lecturas: “La Poesía en los Bares”. ¿Fue tu única experiencia como organizador? ¿Qué criterios aplicabas en la programación? Supongo que era con invitados. ¿Cuántos cada vez? ¿Con qué frecuencia? El plural “bares” me dirige hacia una propuesta itinerante: ¿era en diversos bares? ¿Lecturas de poesía y también de prosas breves? ¿Habilitabas un espacio para lecturas no programadas? ¿Qué sabor te dejó –y no me digas que todo fue maravilloso-?
LG – Sí, diría que fue mi única experiencia, al menos orgánica, en coordinación de lecturas. Era un ciclo que sostenía la Municipalidad de Rosario. En general, y como la frecuencia era semanal y durante la mayor parte del año, se trataba de dar cabida a todos los poetas locales. Lógicamente que teníamos algún mínimo criterio de selección, pero la idea era que fuera un espacio abierto. (Recuerdo que por no incluirlo me gané la antipatía de un colega abogado, cuyos textos eran impresentables.) Las lecturas no pasaban de tres o cuatro poetas y algunas veces con la compañía de algún músico. Seguramente se ha leído alguna prosa breve también. Los bares iban mutando. No había micrófono libre –nunca se me ocurrió tampoco-. La verdad es que fue una linda experiencia que me permitió conocer y escuchar diversas voces. Lo pude hacer, en realidad, porque era soltero y no tenía hijos en esa época, y contaba con mayor disponibilidad horaria nocturna. A veces era un poco cansador y no siempre la convocatoria resultaba la esperada –incluso un par de veces los propios poetas faltaron-, pero el balance es positivo y me quedan muy buenos recuerdos. Tengo en mi casa todavía un cuaderno –de esos contables de tapas duras-, donde dejábamos que el público escribiera sus sensaciones. Valió la pena. Unos años después hubo un ciclo que disfrutamos mucho, “Poetas del Tercer Mundo”, que se hacía los días lunes y que condujo con mucha energía y buena onda la poeta Alejandra Méndez junto a Leandro Llul. Culminó incluso con la publicación de una antología de las lecturas que se hicieron.
8 – “Hobbies de hotel” está hilvanado a través de los sectores “Un amor de película”, “Repaso por la vida de unas lunas”, “Tres baladas para chico migraña”, “Hobbies de hotel”, “Poemas de un día”, “Personajes”, “Deliciosas criaturas perfumadas”, “Política”, “Sólo tierra mojada” y “Con la última sombra”. Sin esmerarse, cualquiera advierte una rareza: el sector “Política” está constituido por un único verso en la página 67 (y no resaltando en el centro de la página, sino en el ángulo superior izquierdo): “los tuertos abdican” (las comillas son mías). Y esta contundencia la instala un poeta que es abogado (y abogados con fuerte inclinación por el ejercicio de la política, siempre hubo). ¿Está todo dicho, Lisandro, en ese verso solitario, o podrías desarrollarlo, o acotar?
LG – Si bien mi poesía no es política –sin perjuicio de la posibilidad, en definitiva, de que “todo” sea político de algún modo, por acción u omisión- me pareció que no podía dejar pasar por alto el descalabro del año 2001 y en ese verso traté de volcar mi escepticismo e ironía. Mi actividad profesional, a propósito de la pregunta, no ha estado nunca vinculada con la militancia ni con la actividad política. Y en cuanto a mi poesía en general, creo que dos o tres textos que incluí en “Fin zona urbana” estarían vinculados a lo “político” concreto, en tanto la temática del campo me permitió volcar alguna crítica al sector rural.
9 – Y hay otra política, la del otoño: en efecto, por “La política del otoño”, con un jurado integrado por Marcelo Leites, Liana Friedrich y Carlos O. Antognazzi, la Asociación Santafesina de Escritores te otorga el Premio Edición en el Certamen de Haikus “Luis Di Filippo” para poetas argentinos. Consta en el volumen: el poeta entrerriano Marcelo Leites “fundamenta su decisión en que el trabajo presenta no sólo una métrica ajustada al haiku tradicional, sino que además contiene imágenes transcendentes”. Me atrajo en particular que resalte el respeto a “una métrica ajustada al haiku tradicional”. ¿Cómo se fue generando esta colección y durante qué lapso? ¿Quiénes son para vos los insoslayables cultores de esta estructura poética en Japón, y quiénes en otros países?
LG – La realidad es que tenía algunos haikus escritos de manera un poco dispersa, pero cuando vi la convocatoria al concurso me pareció una buena oportunidad para sistematizarlos y generar otros, a veces sobre la base de poemas ya escritos. El trabajo con métrica, si bien no es mi ámbito natural ni donde me siento más cómodo, me interesa e incluso en “Los cauces vacíos” publiqué una serie de sonetos. El otoño del título hace referencia a esa estación del año 2012, cuando se fue gestando el libro. Debo confesar que la poesía oriental siempre me ha interesado pero no soy un erudito en materia de haikus. No puedo dejar de mencionar a Basho entre los clásicos y más cerca en el tiempo al mejicano José Juan Tablada (1871-1945).
10 – Es posible acceder en http://lisandrogonzalez.blogspot.com.ar a una muestra de tu quehacer hasta 2009. ¿Por qué no lo proseguiste? ¿Lo retomarás? Y, ¿cuáles son tus revistas y sitios de literatura favoritas? ¿Qué pensás de la utilización del espacio virtual como soporte para la publicación de revistas literarias, páginas personales y libros electrónicos? ¿Advertís mayores ventajas que desventajas comparativas en el uso del espacio digital, en lugar del soporte tradicional (papel)?
LG – Respecto al blog, en aquel momento era el formato virtual más en boga. Ahora creo que por la difusión de otras redes –fundamentalmente facebook-, ha perdido alguna relevancia. Lo armé ese año y lo debo haber actualizado sólo dos o tres veces, más que nada por pereza. Incluso los comentarios se han llenado de spams. La verdad es que no tengo pensado cargar nuevos contenidos. Utilizo bastante la web e incluso leo bastante a través de la tablet o también del teléfono, pero no hay páginas que siga demasiado. Me valgo de los buscadores para dar con determinados contenidos. Igualmente quiero destacar un sitio que sostenía la poeta rosarina Ketty Alejandrina Lis (“Poéticas”, el cual me parece que ya no está en el éter), que tenía muchos libros completos, de difícil acceso en papel, y que aproveché mucho durante el episodio de mi hernia de disco (recuerdo concretamente la lectura de los acmeístas rusos). Y en la actualidad la “Biblioteca Parlante Haroldo Conti”, que posee una cantidad muy importante de archivos de libros para bajar y además grabaciones. En cuanto a la comparación, entiendo que cada soporte tiene sus ventajas y sus posibilidades pero, al menos al día de hoy, supongo que el libro en papel conserva una mayor jerarquía, además del valor sensorial en sí. Personalmente, si tengo verdadero interés en que alguien lea algún material mío, salvo que sea algún amigo de confianza, creo que lo comprometo más al enviarle un libro (o al menos un ejemplar fotocopiado si no me quedan más) antes que un archivo digital.
11 – Participaste en el Festival Internacional de Rosario en 1997 y en 2004: ¿cómo recordás aquellas ediciones –V y XII- y cuál es tu visión de cómo ha seguido desarrollándose? ¿Qué propondrías, qué le estaría faltando?
LG – El formato general de esas dos ediciones fue bastante similar, ya que los organizadores eran los mismos y la mayoría de las actividades se hacían en el Centro Cultural “Roberto Fontanarrosa” (en ese entonces “Bernardino Rivadavia”). La lectura del ‘97 tuvo como particularidad que fue en el marco de una mesa de poetas jóvenes, muchos de los cuales son, al día de hoy, compañeros generacionales. Incluso recuerdo que con la poeta y amiga Alicia Salinas nos conocimos en esa ocasión precisamente. Me tocó también participar en la edición del año pasado, a raíz de haber obtenido el premio provincial José Pedroni. Fue trascendente leer con Mirta Rosenberg, quien obtuvo el premio por obra édita. Desde hace unos años cambió la conducción e incluso se dejó de centralizar las actividades en el Fontanarrosa (aunque en 2014 retornaron a esa sede). Quizá tenga que ver con los recursos, pero antes se veían más voces extranjeras y una mayor heterogeneidad en los registros. Ahora predomina un discurso más postnoventista. Creo que un buen ejemplo es “30.30”, una antología nacional de poetas de hasta treinta años, editado y presentado en el marco del Festival en 2013.
12 – Dice Raúl Gustavo Aguirre en “Las poéticas del siglo XX”: “El poeta nos da otra cosa: una palabra que –fácil o difícil, accesible u oscura, escrita para unos pocos o para unos muchos- es, todavía, la palabra de un ser humano.” ¿Poetas que admires de palabra fácil o difícil, de palabra accesible u oscura, de palabra escrita para unos pocos o para unos muchos…?
LG – Precisamente Raúl Gustavo Aguirre junto a Edgar Bayley son poetas que admiro –y, por extensión, a la “generación del ‘50”-. (No entiendo por qué razón al día de hoy no se han podido editar las obras completas de R. G. Aguirre.) Sin utilizar palabras difíciles y evitando el hermetismo han escrito una poesía radiante y profunda, de grandes imágenes. Y en la dicotomía “fácil-difícil”, con todas las comillas que puedan caber, podría pensar en Nicanor Parra y César Vallejo. En nuestro país dos poetas que me parece resultan fundacionales, en cierto sentido, son Juan L. Ortiz y Oliverio Girondo, con registros y paisajes tan diferentes cada uno. Digamos que, de modo general, me interesa cuando la oscuridad surge de las imágenes más que de una sintaxis quebrada o de un léxico culterano. Y no puedo dejar de mencionar, no sólo por la ayuda personal que me brindó, sino por la admiración para con su obra, a Hugo Diz.
13 – Julio Cortázar revela por ahí que un amigo suyo por el que se sentía querido, José Miguel Oviedo, en la época cuando sólo conocía de él unos pocos poemas que le habían sido publicados, afirmaba que ellos eran “conmovedoramente malos”. ¿Ubicarías poemas “conmovedoramente malos” entre tus propios textos?
LG – Ya que mencionás a Cortázar, me quedo con el narrador. Y algunos textos de “Salvo el crepúsculo”, por ejemplo, me parece que se quedan en meros juegos de palabras inocentes. Pero en cuanto a mi escritura, desde ya que encuentro innumerables textos malos y “conmovedoramente malos”. El adjetivo “conmovedoramente” me da a pensar en algo escrito demasiado desde el sentimiento y el corazón y que, por esta razón, desbarranca. Concretamente, hace unos días mis padres encontraron unos haikus de hace muchos años que le escribí a mi padre, los cuales son muy flojos. Y para textos malos sin la excusa de la emoción, pienso en un poema que incluí en “Los que siguen”, que pretendió ser “experimental”, basado en recortes de un texto en prosa.
14 – ¿Con qué poéticas dialoga tu obra? Y a dos décadas de tu primer libro: ¿Cómo describirías el desarrollo de tu poesía desde “Esta música abanica cualquier corazón” hasta el último?
LG – Resulta un tanto complejo establecer los posibles parentescos con otras poéticas, no porque no los haya, sino porque me falta la objetividad para hacerlo. He tratado de prestar atención a lo que han escrito los poetas rosarinos que me preceden y también a mis compañeros de generación. Hay gente de mi edad fuera de Rosario con la cual mantengo vínculos, como Emiliano Bustos, Martín Carlomagno, Lautaro Ortiz y Carlos Juárez Aldazábal. Me referí además a la generación del ‘50. La posibilidad de la imagen del surrealismo, de manera atemperada, ha estado presente también. Sí creo que mi poesía es claramente urbana y me siento muy influido por la música –el rock fundamentalmente y algo de jazz-. En lo que hace al desarrollo, supongo que los primeros poemas eran un poco más inocentes y etéreos, pero no sé si he podido despegarme de determinadas imágenes y temas que de algún modo están siempre presentes. Y la ironía podría ser otro de los recursos de los que intento valerme.
15 – ¿Cómo te cae, cómo procesás la decepción que te produce cuando una persona te promete algo que a vos te interesa -y hasta podría ser que no lo hubieras solicitado-, y luego no sólo no cumple sino que jamás alude a la promesa?
LG – Es amplia la pregunta, porque me ha pasado no sólo en la poesía, sino en mi vida afectiva y laboral. En general, estas situaciones me generan ansiedad, luego paso por un período de semi-incredulidad y finalmente termino en la etapa de resignación. Acotándolo a la poesía, me ha pasado que se me ha convocado a proyectos que luego se han frustrado por diversas razones o incluso donde luego se me ha excluido. Lógicamente que estas cosas molestan y decepcionan, pero he tenido enormes –y siempre más- satisfacciones, además de las que brinda la escritura en sí de la poesía.
*
Lisandro González selecciona para acompañar esta entrevista, en diciembre de 2014, seis poemas de su autoría:
DE REFILÓN
En el velorio de la tarde
cae una rodaja, se corta un péndulo.
Alguien
en el último espejo
escribe. Tersos baldíos.
Todo sucede
en el pequeño tamaño de las horas.
Hasta brotan cigarrillos
en rosas de cobre.
Umbrales alambran
otras memorias.
Y un tango. Cuelga
de una pieza con aliento a polvo.
Y el cielo, que deja de lado
algunas nubes.
(De “Esta música abanica cualquier corazón”)
*
DEGRADACIÓN
La luna se arqueaba
cuando le tocábamos la punta.
Su movimiento
era éxtasis, locura.
Pero un día
no dejó que la volviéramos a tocar.
Ahora la luna,
estrellas
son simples elementos decorativos.
(De “Leña del árbol erguido”)
*
OCHO (PARADO EN EL MUELLE)
un pez fuera del agua
se pregunta por la altura de los edificios
por ese extraño color azul celeste
de la muerte posible
-las aves recortan
ese gelatinoso panorama
hasta que la mano del pescador
lo vuelve al agua-
¿será “otro” ese pez
que palpó otra muerte
diferente
a la que le espera
una o dos horas más tarde
en la boca de un pez mayor?
¿será entonces pez muerto,
comido
pero no “pescado”?
¿o será
ese par de horas
otra forma de salvación?
(De “Intervalo lúcido”)
*
ROCK SINFÓNICO
tardes adolescentes
la música será un ancla
que se arroja
a tu interior
flotan un caballero
y un bufón
en esas aguas pesadas
de peces de plomo
y sirenas
tremendamente esquivas
(De “Los cauces vacíos”)
*
¿y para quién será lo que has amontonado?
Lucas, 12-20
la última cosecha
pone en la disyuntiva
de seguir ocupándose en acumular ganancias
o dar el campo en alquiler
y dedicarse sólo a descansar, sí
pero sobre todo a disfrutar
los beneficios de una vida de beneficios
éstos y no otros pensamientos ocupan la cabeza
del conductor de la 4 x 4
que a 160
toma con cierta displicencia la curva
que lo toma, lo vuelve carne entre hierro retorcido
chamusca esa disyuntiva de prosperidad más o menos cómoda
los graneros repletos, pero de sangre
y la misma disyuntiva del ángel
en susurrarle
durante la curva
algo
“un acto de contrición da a un alma la salvación”
Graham Greene: “Brihgton, Parque de diversiones”
(De “Fin zona urbana” – Antología de poetas rosarinos)
*
¿Dónde irá con esos poemas
mordiéndole los talones
-sacudiendo los pies
para que no estorben,
no piense ni lo que pasó
ni lo que pudo-?
Sí, desde la altura
se observa esa mujer
que huye de poemas
escritos no por mano del hombre que la amó
y ensayó versos
en el fragor del amor o desaliento
si no de sus poemas propios.
Raras criaturas
crecidas del musgo del horror.
(Anna Ajmátova corre por calle Italia…)
(De “Poemas lumbares”)
*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: Ciudades de Rosario y Buenos Aires, distantes entre sí unos 300 kilómetros, Lisandro González y Rolando Revagliatti, diciembre 2014.
Sunday, March 08, 2015
Comentario de Poemas Lumbares por Diego Colomba, publicado en Señales (Diario La Capital de Rosario) el 14/12/14
Poemas lumbares de Lisandro González. Santa
Fe, Universidad Nacional del Litoral, 2014.
Por Diego Colomba
Una vivencia personal –la dolencia de una
hernia de disco– llevó a Lisandro González
(Rosario, 1973) a hacer de algunos meses de convalecencia hogareña materia
de su escritura. El resultado fue una serie de textos que, reunidos con algunos
más breves y recientes, conformarían Poemas lumbares, el título ganador de la
última edición del Premio provincial José Pedroni en la categoría Obra inédita.
Aunque el galardón solo responde a las cualidades del libro, para muchos vale
también como un reconocimiento de la obra del rosarino, compuesta de siete
títulos propios –y otras tantas participaciones en volúmenes colectivos– que dan
cuenta de las diversas inflexiones de una singular voz lírica, ajena desde sus
comienzos –soplaban ardorosos aires juvenilistas (aún no extintos)– a las modas
y a las jergas de pertenencia.
Poemas lumbares se compone de dos partes formalmente
muy diferentes. La primera se titula “La apariencia de los objetos o elementos
nocturnos” y cuenta con 27 poemas (de cinco tercetos de versos libres frecuentemente
encabalgados) y uno breve a manera de colofón. La segunda parte, “La película
que somos”, está compuesta por acrósticos inspirados en amigos y familiares,
incluso en el médico que asistió a González en el trance antes aludido. En el
seguimiento de ciertas normas formales –una suerte de auto limitación
estimulante– resuena una de las connotaciones menos obvias del título del libro:
las vértebras lumbares, los segmentos más macizos de la columna vertebral, resultan
la base sobre la que se apoyan las demás vértebras. Ambos apartados conjugan temas
y rasgos retóricos y al mismo tiempo se tensionan tonalmente: el decir sombrío,
reflexivo y moroso del primero contrasta con el más escueto, luminoso e
intempestivo del segundo.
La primera parte de la obra se ocupa del
dinamismo pasional propio de una subjetividad que padece (condición “ya no
sentimental, casi de existencia”), en un periplo que recorre desde la alborada
hasta la llegada de la noche, cuando “se enrarece el vínculo de las cosas”. Una
serie de elementos domésticos, urbanos y ribereños configura el “equilibrio
oscilante” de una geografía íntima. El dolor alumbra la conciencia del cuerpo
que, en tanto voluntad querenciosa, se despliega sensitivamente para afirmarse,
en una suerte de desasosiego constante. Bajo un cuidado aire impersonal, que
atempera una figuración proliferante, esa estrecha relación entre sensibilidad
y sentimentalidad (“Pequeña dentellada en el nervio/ y otra en el corazón/ –en
nervio padre–“) se vuelve el obsesivo tema de los textos. Si la sensibilidad es
una herida abierta al mundo, que disgrega y debilita el cuerpo, este último
desarrolla una enérgica actividad para crear un “imperio” propio. Para González,
esta práctica industriosa (“abre una carpeta en un sitio/ entre el poema y las
cosas”) da como resultado, entre otras cosas, “rudimentarios/ pentagramas del
olvido”.
Ese arte poética esbozado fragmentariamente se
impone como tema en la segunda parte. Una sucesión de actores disparan la
rememoración de luminosas experiencias, como compañeros y testigos, cuando no
suscitadores de las mismas. El sujeto poético va más allá de las apariencias
para penetrar la tiniebla de la pasión que son los seres que comparten su
camino, y lo hace sin certezas: aunque González sea un hombre de fe, felizmente
no escribe como tal (“salvaciones cuya grafía esbozamos/ inútilmente”) y en “la
película que somos” no reconoce director ni nombre de autor. Se suceden
entonces felices aproximaciones al fenómeno poético que hacen de la música y el
hallazgo (sensible, sensitivo o intelectual) sus elementos constitutivos. Cada
una de las experiencias cifradas en los nombres (que nos persuaden de la
motivada arbitrariedad de los acrósticos) minan la apabullante monotonía de las
vidas grises aludidas en el primer apartado y se conectan con el arte:
infinito, eternidad, belleza, desafío del tiempo, milagro, lejanía, misterio,
gesto onírico, destino que se atisba, iluminaciones, sueños, formas de vida, amor,
esperanza. Como se dice en el acróstico dedicado a su terapeuta, que de alguna
manera cierra el relato de una experiencia: “pero/ alguien/ vuelve con la/
espalda/ sana al instante de lo/ inmenso y/ omnipotente”. Si toda pasión
corporal es inquisitiva porque busca descubrir un secreto, una de las maneras
más ardientes de asumirla, nos dice la voz sentimental de González, es la
poesía.
Tuesday, July 14, 2009
PUBLICADO EN PLEBELLA DICIEMBRE 2008
A continuación va lo publicado en la columna "Sembradores de fósforos" coordinada por Emiliano Bustos; publicado en Plebella Nº 15 de diciembre 2008/ marzo 2009.-
NÍSPEROS
un árbol de nísperos
plantó un vecino
en la tierra suave de tu infancia
para que diera sombra
a las noches del mundo
para que me diera sombra
A la hora de hablar de la escritura de un libro de poemas siempre vuelve a mi cabeza lo dicho por un poeta de Rosario respecto a que cada libro debería representar una obra, un algo orgánico, no un conjunto de poemas agrupados azarosamente. Ese consejo de hace ya bastantes años trata de venir a compensar con la dispersión de algunos poemas, en mi caso, al momento de la elaboración y de la estructuración del libro.
Por otra parte, la “anécdota” que pueda haber en torno de los poemas no siempre es clara o localizable, pero voy a intentar referirla en algunos –personalmente, las posibles “aclaraciones” de los textos me interesan, pero prefiero antes hacer una primera lectura virgen del poema-.
Repasando rápidamente las secciones de mi último libro publicado,”Intervalo lúcido”, hay primero una serie de poemas –“Cromático sombrío”- donde de algún modo el elemento aglutinante es el amor o las relaciones –quizá el fin de las relaciones más precisamente-, y en la cual se juega un poco con la idea de las sombras y la oscuridad. En “La sombra de una sombra” el disparador concreto fue ofrecerme a ir a buscar los impuestos a la casa de un amigo a la que se iba a ir a vivir con su pareja, quien lo dejó antes de mudarse, y a la cual no había vuelto desde entonces. Entonces se me ocurrió antes de ir, pensar lo que podría experimentar él si fuera quien volviese a esa casa “abandonada”.
Después viene “Intervalo lúcido”, la serie que da título al libro y que –tomando esa categoría del Derecho- intenta cierta referencia al hecho de la creación poética –y también lo “lúcido” y lo “lúdico”-. La idea de titular varios poemas del mismo modo –intervalo lúcido justamente- la tomé de Eduardo D`Anna, de su libro “La montañita”.
Hay luego un par de poemas (“Papeles personales” la sección) sobre mis padres. El primero, “El juez de la pureza”, es sobre la carencia de agua que vivía mi padre en su niñez en Tostado (norte de Santa Fe) y su vida posterior en Rosario –la abundancia de agua del Paraná-. “Nísperos” es sobre un árbol de nísperos que un vecino le regaló a mis abuelos cuando mi madre era una nena, para que lo plantaran y crecieran juntos, y donde en el final del poema me cruzo yo. En este punto, desde lo subjetivo personal que alimenta lo poético, es significativo cómo la substancia del libro posterior inmediato –inédito- cambia por el nacimiento de mi primera hija, lo que implica poner en juego un esfuerzo grande para que lo maravilloso no pierda la batalla contra lo trillado del tema.
La serie que continúa (“Mantel al viento”) corresponde a una serie de poemas donde está de algún modo presente lo culinario, y que ya habían aparecido en la antología temática “Pulpa”, para la cual no fueron escritos si no que estaban de antes. Más que ser lo culinario el tema, diría que en cada uno hay alguna referencia a dicho elemento, dentro de un contexto más difuso.
El libro termina con un bestiario, cuyo último poema -“Ocho (Parado en el muelle)”- en una lectura posterior me remite como inspiración a un poema de largo título de Fernando Marquínez, donde no es la muerte del pez si no la del pescador con la que juega. La intención de tratar de introducir en la idea de la muerte alguna esperanza no creo que haya sido algo deliberado si no que se me ha revelado después, como en definitiva sucede muchas veces en este proceso de elaboración del poema, sobre el cual se puede en definitiva escribir muchísimo y mantener igualmente tanto de inexplicable.
Lisandro González
NÍSPEROS
un árbol de nísperos
plantó un vecino
en la tierra suave de tu infancia
para que diera sombra
a las noches del mundo
para que me diera sombra
A la hora de hablar de la escritura de un libro de poemas siempre vuelve a mi cabeza lo dicho por un poeta de Rosario respecto a que cada libro debería representar una obra, un algo orgánico, no un conjunto de poemas agrupados azarosamente. Ese consejo de hace ya bastantes años trata de venir a compensar con la dispersión de algunos poemas, en mi caso, al momento de la elaboración y de la estructuración del libro.
Por otra parte, la “anécdota” que pueda haber en torno de los poemas no siempre es clara o localizable, pero voy a intentar referirla en algunos –personalmente, las posibles “aclaraciones” de los textos me interesan, pero prefiero antes hacer una primera lectura virgen del poema-.
Repasando rápidamente las secciones de mi último libro publicado,”Intervalo lúcido”, hay primero una serie de poemas –“Cromático sombrío”- donde de algún modo el elemento aglutinante es el amor o las relaciones –quizá el fin de las relaciones más precisamente-, y en la cual se juega un poco con la idea de las sombras y la oscuridad. En “La sombra de una sombra” el disparador concreto fue ofrecerme a ir a buscar los impuestos a la casa de un amigo a la que se iba a ir a vivir con su pareja, quien lo dejó antes de mudarse, y a la cual no había vuelto desde entonces. Entonces se me ocurrió antes de ir, pensar lo que podría experimentar él si fuera quien volviese a esa casa “abandonada”.
Después viene “Intervalo lúcido”, la serie que da título al libro y que –tomando esa categoría del Derecho- intenta cierta referencia al hecho de la creación poética –y también lo “lúcido” y lo “lúdico”-. La idea de titular varios poemas del mismo modo –intervalo lúcido justamente- la tomé de Eduardo D`Anna, de su libro “La montañita”.
Hay luego un par de poemas (“Papeles personales” la sección) sobre mis padres. El primero, “El juez de la pureza”, es sobre la carencia de agua que vivía mi padre en su niñez en Tostado (norte de Santa Fe) y su vida posterior en Rosario –la abundancia de agua del Paraná-. “Nísperos” es sobre un árbol de nísperos que un vecino le regaló a mis abuelos cuando mi madre era una nena, para que lo plantaran y crecieran juntos, y donde en el final del poema me cruzo yo. En este punto, desde lo subjetivo personal que alimenta lo poético, es significativo cómo la substancia del libro posterior inmediato –inédito- cambia por el nacimiento de mi primera hija, lo que implica poner en juego un esfuerzo grande para que lo maravilloso no pierda la batalla contra lo trillado del tema.
La serie que continúa (“Mantel al viento”) corresponde a una serie de poemas donde está de algún modo presente lo culinario, y que ya habían aparecido en la antología temática “Pulpa”, para la cual no fueron escritos si no que estaban de antes. Más que ser lo culinario el tema, diría que en cada uno hay alguna referencia a dicho elemento, dentro de un contexto más difuso.
El libro termina con un bestiario, cuyo último poema -“Ocho (Parado en el muelle)”- en una lectura posterior me remite como inspiración a un poema de largo título de Fernando Marquínez, donde no es la muerte del pez si no la del pescador con la que juega. La intención de tratar de introducir en la idea de la muerte alguna esperanza no creo que haya sido algo deliberado si no que se me ha revelado después, como en definitiva sucede muchas veces en este proceso de elaboración del poema, sobre el cual se puede en definitiva escribir muchísimo y mantener igualmente tanto de inexplicable.
Lisandro González
ALGO NUEVO - COMENTARIO DE LO ALBERGADO
Desde la gentil creación de este blog por parte de mi amigo Fernando Marquínez, nunca fue actualizado; antes que la caducidad y las telarañas lo consuman, un comentario de Lo Albergado, libro de María Paula Alzugaray, saludos.-
LO ALBERGADO. María Paula Alzugaray. 2008.
La publicación de un primer libro muchas veces supone una experiencia que mezcla cierta inocencia con algo de intrepidez, y que implícitamente conserva cierto margen de error que el tiempo y los futuros libros, donde las voces pueden irse consolidando, terminan disculpando.
Nada más lejano de ese contexto en la aparición de “Lo albergado”, primer libro “publicado” –aguardan otros libros anteriores inéditos- de María Paula Alzugaray. Aquí ya tenemos a una poeta hecha, dotada de una madurez y una voz que dan cabida a una poesía delicada y a la vez rigurosa. Por otra parte, ya se venía dando a conocer su obra a través de la aparición fundamentalmente en diferentes antologías, pero donde igualmente la concreción en libro individual ya se reclamaba desde largo tiempo.
Es dable reconocer que la espera ha valido la pena, y tan es así que para hacerlo ha elegido la autora un libro “objeto”, con una edición casi artesanal, la cual confluye perfectamente con la calidad poética del mismo.
Sobre los poemas subyace la mirada hacia el paisaje de la infancia, desde donde se va construyendo un trayecto que ilumina esos recovecos donde resuena la voz del pasado, a la vez que se crea belleza. También la poeta deposita esa mirada sobre el cuerpo y los afectos.
Precisamente en el poema “Lo albergado” Alzugaray señala que “…Ignoraba/ que en el corazón del hogar casi aséptico/ también había vida/ objetos yermos que me preservaban”, siguiendo así a Bachelard cuando dice que “las imágenes de la casa marchan en dos sentidos: están en nosotros tanto como nosotros estamos en ellas.”
Ya Beatriz Vignoli marcó acertadamente al comentar este libro las influencias de la autora, tales como una sutil presencia del modernismo –que podríamos enmarcar de modo más general en cierto gesto “clásico”-, que le permita decir a la poeta “¿Qué luz viene de ti/ que me enceguece?”-, o los caminos ya iniciados por Beatriz Vallejos y Concepción Bertone. También se ha ocupado de señalar que su olfato poético no husmea precisamente en la no del todo bien llamada “poesía de los noventa”. Y podemos agregar que, respecto a ese pasaje del lugar de la infancia, Coronda, a la ciudad de residencia, Rosario en el caso de Alzugaray, encontramos un valioso antecedente en la poesía de otro corondino que ahora vive en Buenos Aires, como César Bisso.
Lo cierto es que en la construcción del libro se reconoce un trabajo intenso del poema, el cual, a pesar de la tradición modernista que la propia actora reconoce, se construye mayormente a través de la concisión. Y en la contemplación que predomina en la obra siempre están los ojos de la poeta, deteniéndose sobre las cosas o sobre el pasado, pero nunca a pesar de ello abrumando con su yo, si no más bien invitando en un susurro: “¿Cómo decir patio/ sin que se quiebre el barandal del recuerdo?”
Y finalmente, elige para cerrar el libro un verso que confirma lo que logra “Lo albergado” durante todo su desarrollo, es decir, la posibilidad no sólo de la poesía si no del decir en poesía: “… y esto cabe en una frase”.
Lisandro González
LO ALBERGADO. María Paula Alzugaray. 2008.
La publicación de un primer libro muchas veces supone una experiencia que mezcla cierta inocencia con algo de intrepidez, y que implícitamente conserva cierto margen de error que el tiempo y los futuros libros, donde las voces pueden irse consolidando, terminan disculpando.
Nada más lejano de ese contexto en la aparición de “Lo albergado”, primer libro “publicado” –aguardan otros libros anteriores inéditos- de María Paula Alzugaray. Aquí ya tenemos a una poeta hecha, dotada de una madurez y una voz que dan cabida a una poesía delicada y a la vez rigurosa. Por otra parte, ya se venía dando a conocer su obra a través de la aparición fundamentalmente en diferentes antologías, pero donde igualmente la concreción en libro individual ya se reclamaba desde largo tiempo.
Es dable reconocer que la espera ha valido la pena, y tan es así que para hacerlo ha elegido la autora un libro “objeto”, con una edición casi artesanal, la cual confluye perfectamente con la calidad poética del mismo.
Sobre los poemas subyace la mirada hacia el paisaje de la infancia, desde donde se va construyendo un trayecto que ilumina esos recovecos donde resuena la voz del pasado, a la vez que se crea belleza. También la poeta deposita esa mirada sobre el cuerpo y los afectos.
Precisamente en el poema “Lo albergado” Alzugaray señala que “…Ignoraba/ que en el corazón del hogar casi aséptico/ también había vida/ objetos yermos que me preservaban”, siguiendo así a Bachelard cuando dice que “las imágenes de la casa marchan en dos sentidos: están en nosotros tanto como nosotros estamos en ellas.”
Ya Beatriz Vignoli marcó acertadamente al comentar este libro las influencias de la autora, tales como una sutil presencia del modernismo –que podríamos enmarcar de modo más general en cierto gesto “clásico”-, que le permita decir a la poeta “¿Qué luz viene de ti/ que me enceguece?”-, o los caminos ya iniciados por Beatriz Vallejos y Concepción Bertone. También se ha ocupado de señalar que su olfato poético no husmea precisamente en la no del todo bien llamada “poesía de los noventa”. Y podemos agregar que, respecto a ese pasaje del lugar de la infancia, Coronda, a la ciudad de residencia, Rosario en el caso de Alzugaray, encontramos un valioso antecedente en la poesía de otro corondino que ahora vive en Buenos Aires, como César Bisso.
Lo cierto es que en la construcción del libro se reconoce un trabajo intenso del poema, el cual, a pesar de la tradición modernista que la propia actora reconoce, se construye mayormente a través de la concisión. Y en la contemplación que predomina en la obra siempre están los ojos de la poeta, deteniéndose sobre las cosas o sobre el pasado, pero nunca a pesar de ello abrumando con su yo, si no más bien invitando en un susurro: “¿Cómo decir patio/ sin que se quiebre el barandal del recuerdo?”
Y finalmente, elige para cerrar el libro un verso que confirma lo que logra “Lo albergado” durante todo su desarrollo, es decir, la posibilidad no sólo de la poesía si no del decir en poesía: “… y esto cabe en una frase”.
Lisandro González
Thursday, August 24, 2006
LISANDRO GONZÁLEZ
Lisandro González (1973).
Reside en Rosario, Argentina.
Ha publicado en poesía:
“Esta música abanica cualquier corazón”. Homo Sapiens Ediciones. 1994.
“Leña del árbol erguido”. Ediciones Poesía de Rosario. 2000.
“Hobbies de hotel.” Ediciones en Danza. 2004.
Ha colaborado con poemas y comentarios de libros en revistas y suplementos literarios de Rosario, Santa Fe, Buenos Aires (Argentina) y de Uruguay y Méjico.
Ha sido incluido en los volúmenes colectivos “Café con Letras – Poetas de Rosario” (1997); “Retratos de Poetas” (2000); “Los que siguen” veintiún poetas rosarinos (2002), “Dodecaedro de poetas” selección de doce poetas rosarinos publicada por el Concejo Municipal; en páginas web de poesía, y en el CD “Voces de Poetas” (1999).
Ha coordinado el ciclo de lecturas “La Poesía en los bares” desde el año 2000 al 2003.
Actualmente es colaborador del suplemento de cultura (Señales) del Diario La Capital de Rosario.
Integra el proyecto de escritura colectiva "EL ARO EN LA LENGUA" junto a Fabricio Simeoni, Roberto Lobos, Fernando Marquinez, Patricio Valverde, Germán Roffler, Federico Tinivella y Ricardo Guiamet.
Selección de poemas de Intervalo lúcido (inédito)
EL OSCURECERSE DE DOS SOMBRAS
bajo la sombra dichosa
que los cuerpos cosechan en la noche
salen a tolerar
la luz de la mañana de olivos
el olor de las panaderías
decora la levedad de la gente
de las horas primeras
se han besado
y de esas bocas se aferran
para soportar
la melancolía futura,
mezclada en las nubes
de las próximas lluvias
LAS CHISPAS EN LA NOCHE
te descalzabas
en silencio
después de haber calzado cosas
de mi vida en tus costillas
y las cosas
se despegan solas
o las arrancás porque hay cosas
de mi vida en otra parte
¿estos papeles sueltos
se irán recopilando en algún libro de carne?
¿cualquiera de esos pájaros
picoteará los montones desvencijados?
te descalzaste entonces
y tu triste talón vulnerable
pudo alejarte
descalza, prudente
LA SOMBRA DE UNA SOMBRA
la casa parecía ansiosa:
nos esperaba a los dos
y no a este ramillete
de huesos
por el que vengo dándome a conocer
han pasado varias semanas
desde que tus ojos
cerraron la casa nuestra
y la dulzura del sueño cotidiano
para dar paso a la vida
espalda
contra
espalda
y
distancia, olvido,
dolor, etc.
hoy he venido a esparcir
algo de ese dolor en esta luz ingenua
que habíamos dejado prendida
en el suelo
montones de papeles
que juntos hubiéramos intentado llevar al día
ramas muertas de árboles vecinos
sobre el techo,
el polvo del desconcierto y la ausencia
-en ese rincón
la biblioteca con la piel
reseca de mis libros-
los fantasmas de la casa
se chocan con los que vengo cobijando
y juntos, ellos, yo, todos lloramos
la carne muerta del amor
la casa no entiende:
¿quién es este hombre abatido
en la desmesura de lo roto?
afuera, el mismo sol
de los cementerios,
lo cubre todo y se regodea
en una casa
con un hombre solo
LA SOMBRA DEL RECUERDO
“Y poco a poco fue desenvolviéndose/ la hebra fatal...” (L. Lugones)
encuentra
en un libro que ella le ha prestado
un viejo pasaje de colectivo
imagina los motivos del viaje,
su rostro y sus ojos grises
al regresar,
el momento de llegar
a retiro, y todo eso
la hora de compra y la de partida
dejan un espacio
de una media hora
donde él la piensa
fumando unos de esos cigarrillos
con que gusta languidecer
pero entonces su mente
pone en la pantalla
algún regreso propio de retiro
el colectivo doblando,
el dibujo de mujica,
y la cinta de la melancolía
desenrollándose
EL ENSOMBRECERSE DE DOS OSCURIDADES
él intenta besarla
en los espacios vacíos de la noche
para aferrar lo más posible ese cuerpo
que la vida está malvendiendo al
pasado
cree él que su amor frugal pesa más
pero no puede saber
de sus ojos más que la parte
verde y blanca que lo mira piadoso
y poco o nada sobre la parte blanca y sangre
donde ella cosecha el silencio
mientras tanto,
los peces del mundo
mordisquean la luna mutilada en el agua
y siguen su camino
EL AROMA DE LAS SOMBRAS I
se acerca un buitre
al deleite de esta carne mustia
y la fragilidad del sol
de esa mañana cualquiera
se mezcla apenas
con las frugales memorias
a punto de ser
carcomidas por el mundo
EL AROMA DE LAS SOMBRAS II
se saludan
ella deja el ascensor
él entra al ascensor
donde ella acaba de esparcir
un perfume suave
que lo rasguña
durante toda la nostalgia
EL RECUERDO
en la tristeza de sus ojos
nublados por la vida
trepa
-no recuerdo
bien
cómo-
el
recuerdo
QUE SE TRANSFORMA
en la melancolía
con la bolsa llena
y la dulce jalea
en días de lluvia
un pájaro ciego
en los días de sol
alguna brisa
un paraguas
y un par de lentes oscuros
así,
pedazo tras pedazo
se arma
el olvido su equipaje
EN OLVIDO
entre las cenizas
cartílagos,
medias
algunas viejas miradas
mientras las olas rojas
barren las cenizas
y alejan los barcos
EL REFLEJO DE DOS SOMBRAS
ya es la hora
en que dan vuelta las sillas
y sacuden los manteles
hemos pagado,
hemos dejado la propina
y saludado al cheff
afuera
el viento del océano
y el frío del verano
divide los caminos
y se avecinan
las lluvias próximas
EPÍLOGO DE LUCES
el corazón rasgado en la mano
la métrica del desamor
y la dulce melodía
de los fracasos
con botellas rotas
y flores secas
en cambio ella
elige una hoja seca
y es la belleza
que elige el otoño
y mi vida
(De “Cromático sombrío”)
bajo la sombra dichosa
que los cuerpos cosechan en la noche
salen a tolerar
la luz de la mañana de olivos
el olor de las panaderías
decora la levedad de la gente
de las horas primeras
se han besado
y de esas bocas se aferran
para soportar
la melancolía futura,
mezclada en las nubes
de las próximas lluvias
LAS CHISPAS EN LA NOCHE
te descalzabas
en silencio
después de haber calzado cosas
de mi vida en tus costillas
y las cosas
se despegan solas
o las arrancás porque hay cosas
de mi vida en otra parte
¿estos papeles sueltos
se irán recopilando en algún libro de carne?
¿cualquiera de esos pájaros
picoteará los montones desvencijados?
te descalzaste entonces
y tu triste talón vulnerable
pudo alejarte
descalza, prudente
LA SOMBRA DE UNA SOMBRA
la casa parecía ansiosa:
nos esperaba a los dos
y no a este ramillete
de huesos
por el que vengo dándome a conocer
han pasado varias semanas
desde que tus ojos
cerraron la casa nuestra
y la dulzura del sueño cotidiano
para dar paso a la vida
espalda
contra
espalda
y
distancia, olvido,
dolor, etc.
hoy he venido a esparcir
algo de ese dolor en esta luz ingenua
que habíamos dejado prendida
en el suelo
montones de papeles
que juntos hubiéramos intentado llevar al día
ramas muertas de árboles vecinos
sobre el techo,
el polvo del desconcierto y la ausencia
-en ese rincón
la biblioteca con la piel
reseca de mis libros-
los fantasmas de la casa
se chocan con los que vengo cobijando
y juntos, ellos, yo, todos lloramos
la carne muerta del amor
la casa no entiende:
¿quién es este hombre abatido
en la desmesura de lo roto?
afuera, el mismo sol
de los cementerios,
lo cubre todo y se regodea
en una casa
con un hombre solo
LA SOMBRA DEL RECUERDO
“Y poco a poco fue desenvolviéndose/ la hebra fatal...” (L. Lugones)
encuentra
en un libro que ella le ha prestado
un viejo pasaje de colectivo
imagina los motivos del viaje,
su rostro y sus ojos grises
al regresar,
el momento de llegar
a retiro, y todo eso
la hora de compra y la de partida
dejan un espacio
de una media hora
donde él la piensa
fumando unos de esos cigarrillos
con que gusta languidecer
pero entonces su mente
pone en la pantalla
algún regreso propio de retiro
el colectivo doblando,
el dibujo de mujica,
y la cinta de la melancolía
desenrollándose
EL ENSOMBRECERSE DE DOS OSCURIDADES
él intenta besarla
en los espacios vacíos de la noche
para aferrar lo más posible ese cuerpo
que la vida está malvendiendo al
pasado
cree él que su amor frugal pesa más
pero no puede saber
de sus ojos más que la parte
verde y blanca que lo mira piadoso
y poco o nada sobre la parte blanca y sangre
donde ella cosecha el silencio
mientras tanto,
los peces del mundo
mordisquean la luna mutilada en el agua
y siguen su camino
EL AROMA DE LAS SOMBRAS I
se acerca un buitre
al deleite de esta carne mustia
y la fragilidad del sol
de esa mañana cualquiera
se mezcla apenas
con las frugales memorias
a punto de ser
carcomidas por el mundo
EL AROMA DE LAS SOMBRAS II
se saludan
ella deja el ascensor
él entra al ascensor
donde ella acaba de esparcir
un perfume suave
que lo rasguña
durante toda la nostalgia
EL RECUERDO
en la tristeza de sus ojos
nublados por la vida
trepa
-no recuerdo
bien
cómo-
el
recuerdo
QUE SE TRANSFORMA
en la melancolía
con la bolsa llena
y la dulce jalea
en días de lluvia
un pájaro ciego
en los días de sol
alguna brisa
un paraguas
y un par de lentes oscuros
así,
pedazo tras pedazo
se arma
el olvido su equipaje
EN OLVIDO
entre las cenizas
cartílagos,
medias
algunas viejas miradas
mientras las olas rojas
barren las cenizas
y alejan los barcos
EL REFLEJO DE DOS SOMBRAS
ya es la hora
en que dan vuelta las sillas
y sacuden los manteles
hemos pagado,
hemos dejado la propina
y saludado al cheff
afuera
el viento del océano
y el frío del verano
divide los caminos
y se avecinan
las lluvias próximas
EPÍLOGO DE LUCES
el corazón rasgado en la mano
la métrica del desamor
y la dulce melodía
de los fracasos
con botellas rotas
y flores secas
en cambio ella
elige una hoja seca
y es la belleza
que elige el otoño
y mi vida
(De “Cromático sombrío”)
Selección de poemas de Hobbies de Hotel (2004)
1.0
era clásica
la postura de los amantes
desde el piso alto
frente a la avenida
sólo tiritaban
las puntas de sus pies
y el viento estremecía
la blanda escarcha
en sus orejas
2.1
él se levantó
a tomar agua
un insecto verde y rojo
se posó en su vientre
algo oscuro
le llevaba un mensaje de amor
que lerdamente
él hizo crujir
en sus manos
2.4
mañana ellos vuelven
a la trinchera
donde el mundo se
vuelca en un pañuelo
mientras tanto
se asoman a la terraza
a ver
las cintas de tristeza
que elige el cielo
3.0
los plátanos están crujientes
el otoño ya se ha dolosamente
demorado
ella se lava las pupilas
y recuerda la niña de la foto
vuelve a la cama
y se pone
nuevamente
la escafandra
3.9
un globo de silencio
se eleva hasta enfriarlo
todo
salen
en el cine
se acuerdan del cine
y se olvidan de la mano
que descuidadamente
están tomando
4.2
ven la belleza del campo
de la ciudad
y la del alma
así
sucesivamente
cambiando de canales
4.25
después de todo
no es tan mala
esta compañía
tal vez no sería entonces
tan plácida
la estación
toman vino en sus tazas
y se zambullen de cabeza
hacia la profundidad del día
(De “Un amor de película”)
“and the only sign of life is the ticking of the pen”
Marillion, Hobbies de Hotel
I
el dardo
da al centro de la noche
bola blanca sobre bola negra
un papel se quema
y el cigarrillo es la metáfora
hay partes de la ciudad
donde el agua del tiempo
pesa diferente
II
era la flor que tomaste
con delicados dedos
de este infierno
un olor previsible, tal vez
demasiadas veces
mal vendido
pero no importó,
suficiente el amor
que acaricia tus pies descalzos
y se deshace en venidera primavera
III
ojos de piedad,
piedras resplandecientes
para el peregrino
que aún no puede salir
del hotel
IV
las estrellas de carne
se cuelan por las rejillas
del cielo
nada sencillo
discutir sobre el sexo de la noche
cuando los animales hambrientos
rodean el hotel
(De “Hobbies de hotel”)
I
la vida es pintar
los cardos y mostrarlos
a los transeúntes, ilusionarlos
con nuestros lentes
de caracoles extasiados
y teñir la crueldad del día
II
la vida es tu vientre donde
un atardecer se esconde
con furia
y se vuelve transparente
en bellas noches nupciales
III
la vida en tu boca
es montaña
de un árbol desnudo
IV
la vida es el coraje
de la ropa antigua
ardiendo sobre la felicidad
de la piel para hacer
humo en el lugar
de los ausentes
(De “Con la última sombra”)
era clásica
la postura de los amantes
desde el piso alto
frente a la avenida
sólo tiritaban
las puntas de sus pies
y el viento estremecía
la blanda escarcha
en sus orejas
2.1
él se levantó
a tomar agua
un insecto verde y rojo
se posó en su vientre
algo oscuro
le llevaba un mensaje de amor
que lerdamente
él hizo crujir
en sus manos
2.4
mañana ellos vuelven
a la trinchera
donde el mundo se
vuelca en un pañuelo
mientras tanto
se asoman a la terraza
a ver
las cintas de tristeza
que elige el cielo
3.0
los plátanos están crujientes
el otoño ya se ha dolosamente
demorado
ella se lava las pupilas
y recuerda la niña de la foto
vuelve a la cama
y se pone
nuevamente
la escafandra
3.9
un globo de silencio
se eleva hasta enfriarlo
todo
salen
en el cine
se acuerdan del cine
y se olvidan de la mano
que descuidadamente
están tomando
4.2
ven la belleza del campo
de la ciudad
y la del alma
así
sucesivamente
cambiando de canales
4.25
después de todo
no es tan mala
esta compañía
tal vez no sería entonces
tan plácida
la estación
toman vino en sus tazas
y se zambullen de cabeza
hacia la profundidad del día
(De “Un amor de película”)
“and the only sign of life is the ticking of the pen”
Marillion, Hobbies de Hotel
I
el dardo
da al centro de la noche
bola blanca sobre bola negra
un papel se quema
y el cigarrillo es la metáfora
hay partes de la ciudad
donde el agua del tiempo
pesa diferente
II
era la flor que tomaste
con delicados dedos
de este infierno
un olor previsible, tal vez
demasiadas veces
mal vendido
pero no importó,
suficiente el amor
que acaricia tus pies descalzos
y se deshace en venidera primavera
III
ojos de piedad,
piedras resplandecientes
para el peregrino
que aún no puede salir
del hotel
IV
las estrellas de carne
se cuelan por las rejillas
del cielo
nada sencillo
discutir sobre el sexo de la noche
cuando los animales hambrientos
rodean el hotel
(De “Hobbies de hotel”)
I
la vida es pintar
los cardos y mostrarlos
a los transeúntes, ilusionarlos
con nuestros lentes
de caracoles extasiados
y teñir la crueldad del día
II
la vida es tu vientre donde
un atardecer se esconde
con furia
y se vuelve transparente
en bellas noches nupciales
III
la vida en tu boca
es montaña
de un árbol desnudo
IV
la vida es el coraje
de la ropa antigua
ardiendo sobre la felicidad
de la piel para hacer
humo en el lugar
de los ausentes
(De “Con la última sombra”)
Selección de poemas de Leña del árbol erguido (2000)
VECINDADES
El viento
dialoga
con tus manos atadas,
olfato trunco
y tu vida
aun indecisa.
De noche,
atracás
en puertos estelares.
HOMICIDIOS
La luna
apuñala
los astros
y te hacés cómplice.
Callás los lamentos
con tu arpa.
ÍCARO
Estrangulás el balcón
con sus propios
b a r r o t e s
pero esperás
para volar
los días nublados.
NEBLINA
Aprendiz de estrellas
te embriagás
con el alcohol espumoso
abundante en las mañanas frías
hasta que el bisturí del sol
quiebra tu copa.
MUDANZAS
hasta luego
camino extraño
linterna herida
en la pupila
diente roto
contra la miel añeja
hasta luego
puente nocturno
mano serena
agitándote
aferrando
la penumbra
hasta luego
memoria hundiendo
las uñas
pájaro aun más veloz
que palabra
o despedida.
(De “Vida de un balcón)
ÉXODOS (I)
Los lastima
aquel sol.
Acuden a sus maestros,
a que les froten
el vino.
Pero las brujas
pueblan la noche con pimientas
y los ojos de los mercaderes
entonces arden.
ÉXODOS (II)
Duendes borrachos, gnomos
devoran los almacenes.
Maldicen las ratas
y atan el flautista
con las cintas violetas
del atardecer.
ÉXODOS (III)
Los mercaderes
deberán beber del lago
y comer hierbas, legumbres.
Pero tal vez
abandonen la venganza
y encuentren la placidez
en las acacias
y los acordes del tren.
(De “Leña del árbol erguido”)
CANCIÓN SEDOSA
Las estrellas nunca muestran su soledad
de años luz
y hoy es una de esas noches,
suficiente para la compasión.
La apariencia vuelve las cosas tangibles.
DEGRADACIÓN
La luna se arqueaba
cuando le tocábamos la punta.
Su movimiento
era éxtasis, locura.
Pero un día
no dejó que la volviéramos a tocar.
Ahora la luna,
estrellas
son simples elementos decorativos.
FORMAS Y FORMAS
¿Las mujeres rubias
agonizan?
Hay horas
en que agitan
y observan
sus leves manos.
Parecieran temer
al crepúsculo
como si las quisiera
beber
en un último
y desesperado intento.
POETI-K
El poeta
presencia el mar
“Acabo de encender
el arte
pero el agua del mar
se cansa de mis versos
y quiere una garganta
-además,
cada mar
tiene su ritmo
y no soy
tan brillante.-”
El poeta
y el mar
se despiden
y vuelven
a cotidianos asuntos.
(De “Donde huir de Babilonia”)
El viento
dialoga
con tus manos atadas,
olfato trunco
y tu vida
aun indecisa.
De noche,
atracás
en puertos estelares.
HOMICIDIOS
La luna
apuñala
los astros
y te hacés cómplice.
Callás los lamentos
con tu arpa.
ÍCARO
Estrangulás el balcón
con sus propios
b a r r o t e s
pero esperás
para volar
los días nublados.
NEBLINA
Aprendiz de estrellas
te embriagás
con el alcohol espumoso
abundante en las mañanas frías
hasta que el bisturí del sol
quiebra tu copa.
MUDANZAS
hasta luego
camino extraño
linterna herida
en la pupila
diente roto
contra la miel añeja
hasta luego
puente nocturno
mano serena
agitándote
aferrando
la penumbra
hasta luego
memoria hundiendo
las uñas
pájaro aun más veloz
que palabra
o despedida.
(De “Vida de un balcón)
ÉXODOS (I)
Los lastima
aquel sol.
Acuden a sus maestros,
a que les froten
el vino.
Pero las brujas
pueblan la noche con pimientas
y los ojos de los mercaderes
entonces arden.
ÉXODOS (II)
Duendes borrachos, gnomos
devoran los almacenes.
Maldicen las ratas
y atan el flautista
con las cintas violetas
del atardecer.
ÉXODOS (III)
Los mercaderes
deberán beber del lago
y comer hierbas, legumbres.
Pero tal vez
abandonen la venganza
y encuentren la placidez
en las acacias
y los acordes del tren.
(De “Leña del árbol erguido”)
CANCIÓN SEDOSA
Las estrellas nunca muestran su soledad
de años luz
y hoy es una de esas noches,
suficiente para la compasión.
La apariencia vuelve las cosas tangibles.
DEGRADACIÓN
La luna se arqueaba
cuando le tocábamos la punta.
Su movimiento
era éxtasis, locura.
Pero un día
no dejó que la volviéramos a tocar.
Ahora la luna,
estrellas
son simples elementos decorativos.
FORMAS Y FORMAS
¿Las mujeres rubias
agonizan?
Hay horas
en que agitan
y observan
sus leves manos.
Parecieran temer
al crepúsculo
como si las quisiera
beber
en un último
y desesperado intento.
POETI-K
El poeta
presencia el mar
“Acabo de encender
el arte
pero el agua del mar
se cansa de mis versos
y quiere una garganta
-además,
cada mar
tiene su ritmo
y no soy
tan brillante.-”
El poeta
y el mar
se despiden
y vuelven
a cotidianos asuntos.
(De “Donde huir de Babilonia”)
Comentario de Hobbies de Hotel por Lobos, Guiamet y Marquinez
"HOBBIES DE HOTEL"
de Lisandro González / Ediciones En danza - 2004
Hobbies de Hotel es la confirmación de una serie de cosas que, a partir de la literatura, pueden descubrirse, aún en los pequeñas señales que la creación muestra y que merecen conocerse no sólo para comprender en su justa dimensión el universo del autor sino para compartirlo desde los textos que él mismo nos entrega.
Es dable aceptar la sencillez de las incidencias de la poesía de Lisandro González sobre “lo real” en tanto y en cuanto corta - y fragmenta - espacios cotidianos para desgajar así fotos sueltas del álbum de cada día otorgándoles una mirada renovada que vislumbra y especula joyas en cada trozo. Esa simpleza se sostiene en tópicos y permanencias que orientan, indican y distinguen una visión “gonzalezca” acerca de la percepción.
El hotel representa el estado ideal del ocio creativo, acaso el viaje que invita a la imaginería. Así, la noche se ve distinta desde el hotel, la luna cambia de ropaje, el amor lleva otro perfume y cada lugar se vive con la certeza de su inexorable desvanecimiento. Solamente quedará la imagen encriptada como una fotografía lista para reactivar el recuerdo y evocar la sustancia desaparecida.
El libro está dividido en capítulos que intercalan distintos matices. En ellos hay lugar para muchos lugares, algunos conocidos por todos, otros explorados por el particular criterio del escritor y otros expuestos casi como una ofrenda para que el lector concluya por sí mismo el disparador encendido desde la soledad de la mesa de trabajo del poeta.
Ninguna de las separaciones mencionadas precedentemente están aisladas del todo que conforma la obra. A través de ellas, y con total intencionalidad claro, nos va introduciendo en un camino a veces amplio, a veces cerrado - siempre ascético - que marca claramente cuál es su postura frente a los temas elegidos como medulares en el contenido general del poemario.
Nada es casualidad en Hobbies de Hotel: desde la tapa misma se advierten los mensajes. Allí se recrea y se interrumpe el motivo infinito de las cajas chinas y aparece en su lugar una hoja en blanco como si las cartas estuvieran definitivamente echadas. Nos dice González en “Diversos tiempos” que “en los armarios yace lo apacible / la cintura de una palabra / ese olor, que no se sabía poesía”.
Debemos señalar, antes de continuar con el análisis del libro, un detalle que no puede considerarse menor y que recrea una curiosa parábola en cuanto al singular estilo de escritura de Lisandro González. Abogado de profesión, no escapará a nadie que su labor como tal se halla inmersa en un ámbito dominado por un enorme espectro de palabras y donde, a partir de ellas, se construye la arquitectura propia de su actividad como jurista.
Sin embargo, y esto ya se venía perfilando en su anterior Leña del árbol erguido, a través de una envidiable economía de esas mismas palabras, logra representar imágenes con absoluta precisión sin necesidad de adornarlas con términos que sólo hubieran contribuido a forzar la propuesta. Esa economía de palabras no actúa en desmedro de los poemas sino que funciona como un catalizador de la energía que existe entre los vocablos y su fina exactitud.
Al decir de Voltaire “Una palabra mal colocada estropea el más bello pensamiento”. Nada de eso sucede aquí: a partir de una cuidadosa y esmerada elección de los términos se descubren paisajes que van desde la exquisitez para referirse a las lunas “arrojan vapores / perfuman / y adormecen al planeta / ya crepitante” hasta versos decididamente inquietantes como “habitantes de todos los siglos / dejan sus ojos delicados en tazas azules”.
Tampoco puede ocultarse la influencia que sobre el poeta han tenido elementos disímiles como la música, la urbanidad entendida modo de vida en las grandes ciudades, la cinematografía y la explosión y grados de impacto de los diferentes medios de comunicación. Sin apelar a barroquismos superfluos, el autor rinde homenaje a toda una cultura musical y a la estética derivada de ella no sólo en sus versos sino desde el título mismo del libro que es una canción de la banda británica Marillion.
La traducción libre que del tema Hobbies de Hotel realizara Fernando Marquínez nos dice “ La única señal de vida es el tic tac de la pluma / introduciendo caracteres a las memorias como un viejo amigo / frenético como cardiógrafo garabateando las líneas “, lo cual constituye toda una definición.
A pesar de su coqueteo con la cultura rock, González no se desvía de cierto clasicismo temático, evidentemente no es el rock contestatario el que aparece como referente de sus textos sino el lírico y el poético (la palabra “Almendra” nos remite ineludiblemente a Luis A. Spinetta) y así lo consigna desde los primeros versos del libro con “era clásica la postura de los amantes” aunque en lo formal se observe una apuesta libertaria por el no uso de mayúsculas (salvo en los títulos) ni de signos de puntuación.
Mientras va desgranando guiños a la cultura del zapping (“ven la belleza del campo en la ciudad y del alma, así sucesivamente cambiando de canales”) también hay un lugar donde nos va contando las aventuras de un héroe animado en la serie “tres baladas para un chico migraña” o en la sentida manifestación a la memoria de Fabián Polosecki en la parte dedicada a los personajes. Es importante detenerse en este punto y observar cómo, a pesar del paso del tiempo, ciertas trayectorias, conductas y procederes no se oxidan. Rescatarlos, como propone Lisandro González desde sus páginas, es casi una declaración de principios y, por valiosa, nunca debería caer en el olvido. Ese mirar donde otros no ven (o no quieren ver) se plasma admirablemente en “todos huyen / salvo un visitante / mira el otro lado del tren / y cuenta lo que ve”.
Párrafo aparte merece el segmento dedicado a la política: quizás como muchos, el poeta aparece extremadamente escéptico. Apenas tres palabras para definir un punto de vista y demostrar que el tema no le es en absoluto indiferente sino que tiene sobre él una mirada tan dura como lúcida acerca del pobre ejercicio del poder. Solamente le fueron necesarias tres palabras y una de ellas fue “abdicar” o, lo que es igual, entregar, renunciar. Y eso no es poco como intento de reflejar un estado de las cosas. Por el contrario, posiblemente sea demasiado.
Para terminar de cerrar las apelaciones no puede obviarse la referida al cine. Desde la primera poesía (Un amor de película) Lisandro desgrana un punto de vista cinematográfico sobre lo erótico. Esta mirada abarcativa, este punto de vista fílmico que contiene a la totalidad del amor y lo pannea, nunca deja de montarse y editarse en detalles contundentes y devastadores de la elemental esencia amorosa: “un insecto verde y rojo / se posó en su vientre / algo oscuro / le llevaba un mensaje de amor / que lerdamente / él hizo crujir / en sus manos // Toman vino en sus tazas / y se zambullen de cabeza / hacia la profundidad del día.
Esta poética nos remonta – épicamente – a una tradición visual y plástica que toma los emblemas de la nouvelle vague y oscila en un contrapunto entre los pequeños detalles y los desmesurados horizontes del vínculo; a que una mirada, o una conmoción, ajenice la unión, la describa como impropia y la subjetivice en una escena de la que los protagonistas son absolutamente ignorantes.
En ese zoom que distingue en la vastedad de paisaje los atributos nimios del amor se logra lo más difícil: conjugar en el discurso poético los significantes y los encantos del lenguaje cinematográfico. Al decir de Lenne, se traduce a versos el elemento fantástico del cine.
Claro exponente de la nueva generación de poetas rosarinos, González levanta el velo obsceno de lo cotidiano y nos permite ver el verdadero rostro de los hombres. Probablemente por eso ha decidido articular la obra de modo que su lectura suponga escalar los peldaños de una imaginaria escalera elevándonos desde lo explícitamente terrenal expresado en “Un amor de película” y donde así lo expresan los versos “ en el cine se acuerdan del cine / de la mano que / descuidadamente / se están tomando” hasta desembocar en la serenamente reflexiva “Con la última sombra” y su apasionado “la vida en tu boca / es montaña / de un árbol desnudo”. Aquí nos muestra, con la inequívoca particularidad de sus afirmaciones, en qué vereda se encuentra parado para opinar y hacernos pensar sobre el sentido mismo de la vida y nuestro paso por ella. Esto queda plasmado en los bellos versos de cierre “la vida es el coraje / de la ropa antigua / ardiendo sobre la felicidad / de la piel para hacer / humo en el lugar / de los ausentes”..
Quizás sea un pálpito, un presagio. Quizás sea esa premonición, y no otra, la puerta que Lisandro González ha dejado abierta para su próxima obra. Quién sabe…
Roberto Lobos – Fernando Marquínez – Ricardo Guiamet
DICIEMBRE 2004
de Lisandro González / Ediciones En danza - 2004
Hobbies de Hotel es la confirmación de una serie de cosas que, a partir de la literatura, pueden descubrirse, aún en los pequeñas señales que la creación muestra y que merecen conocerse no sólo para comprender en su justa dimensión el universo del autor sino para compartirlo desde los textos que él mismo nos entrega.
Es dable aceptar la sencillez de las incidencias de la poesía de Lisandro González sobre “lo real” en tanto y en cuanto corta - y fragmenta - espacios cotidianos para desgajar así fotos sueltas del álbum de cada día otorgándoles una mirada renovada que vislumbra y especula joyas en cada trozo. Esa simpleza se sostiene en tópicos y permanencias que orientan, indican y distinguen una visión “gonzalezca” acerca de la percepción.
El hotel representa el estado ideal del ocio creativo, acaso el viaje que invita a la imaginería. Así, la noche se ve distinta desde el hotel, la luna cambia de ropaje, el amor lleva otro perfume y cada lugar se vive con la certeza de su inexorable desvanecimiento. Solamente quedará la imagen encriptada como una fotografía lista para reactivar el recuerdo y evocar la sustancia desaparecida.
El libro está dividido en capítulos que intercalan distintos matices. En ellos hay lugar para muchos lugares, algunos conocidos por todos, otros explorados por el particular criterio del escritor y otros expuestos casi como una ofrenda para que el lector concluya por sí mismo el disparador encendido desde la soledad de la mesa de trabajo del poeta.
Ninguna de las separaciones mencionadas precedentemente están aisladas del todo que conforma la obra. A través de ellas, y con total intencionalidad claro, nos va introduciendo en un camino a veces amplio, a veces cerrado - siempre ascético - que marca claramente cuál es su postura frente a los temas elegidos como medulares en el contenido general del poemario.
Nada es casualidad en Hobbies de Hotel: desde la tapa misma se advierten los mensajes. Allí se recrea y se interrumpe el motivo infinito de las cajas chinas y aparece en su lugar una hoja en blanco como si las cartas estuvieran definitivamente echadas. Nos dice González en “Diversos tiempos” que “en los armarios yace lo apacible / la cintura de una palabra / ese olor, que no se sabía poesía”.
Debemos señalar, antes de continuar con el análisis del libro, un detalle que no puede considerarse menor y que recrea una curiosa parábola en cuanto al singular estilo de escritura de Lisandro González. Abogado de profesión, no escapará a nadie que su labor como tal se halla inmersa en un ámbito dominado por un enorme espectro de palabras y donde, a partir de ellas, se construye la arquitectura propia de su actividad como jurista.
Sin embargo, y esto ya se venía perfilando en su anterior Leña del árbol erguido, a través de una envidiable economía de esas mismas palabras, logra representar imágenes con absoluta precisión sin necesidad de adornarlas con términos que sólo hubieran contribuido a forzar la propuesta. Esa economía de palabras no actúa en desmedro de los poemas sino que funciona como un catalizador de la energía que existe entre los vocablos y su fina exactitud.
Al decir de Voltaire “Una palabra mal colocada estropea el más bello pensamiento”. Nada de eso sucede aquí: a partir de una cuidadosa y esmerada elección de los términos se descubren paisajes que van desde la exquisitez para referirse a las lunas “arrojan vapores / perfuman / y adormecen al planeta / ya crepitante” hasta versos decididamente inquietantes como “habitantes de todos los siglos / dejan sus ojos delicados en tazas azules”.
Tampoco puede ocultarse la influencia que sobre el poeta han tenido elementos disímiles como la música, la urbanidad entendida modo de vida en las grandes ciudades, la cinematografía y la explosión y grados de impacto de los diferentes medios de comunicación. Sin apelar a barroquismos superfluos, el autor rinde homenaje a toda una cultura musical y a la estética derivada de ella no sólo en sus versos sino desde el título mismo del libro que es una canción de la banda británica Marillion.
La traducción libre que del tema Hobbies de Hotel realizara Fernando Marquínez nos dice “ La única señal de vida es el tic tac de la pluma / introduciendo caracteres a las memorias como un viejo amigo / frenético como cardiógrafo garabateando las líneas “, lo cual constituye toda una definición.
A pesar de su coqueteo con la cultura rock, González no se desvía de cierto clasicismo temático, evidentemente no es el rock contestatario el que aparece como referente de sus textos sino el lírico y el poético (la palabra “Almendra” nos remite ineludiblemente a Luis A. Spinetta) y así lo consigna desde los primeros versos del libro con “era clásica la postura de los amantes” aunque en lo formal se observe una apuesta libertaria por el no uso de mayúsculas (salvo en los títulos) ni de signos de puntuación.
Mientras va desgranando guiños a la cultura del zapping (“ven la belleza del campo en la ciudad y del alma, así sucesivamente cambiando de canales”) también hay un lugar donde nos va contando las aventuras de un héroe animado en la serie “tres baladas para un chico migraña” o en la sentida manifestación a la memoria de Fabián Polosecki en la parte dedicada a los personajes. Es importante detenerse en este punto y observar cómo, a pesar del paso del tiempo, ciertas trayectorias, conductas y procederes no se oxidan. Rescatarlos, como propone Lisandro González desde sus páginas, es casi una declaración de principios y, por valiosa, nunca debería caer en el olvido. Ese mirar donde otros no ven (o no quieren ver) se plasma admirablemente en “todos huyen / salvo un visitante / mira el otro lado del tren / y cuenta lo que ve”.
Párrafo aparte merece el segmento dedicado a la política: quizás como muchos, el poeta aparece extremadamente escéptico. Apenas tres palabras para definir un punto de vista y demostrar que el tema no le es en absoluto indiferente sino que tiene sobre él una mirada tan dura como lúcida acerca del pobre ejercicio del poder. Solamente le fueron necesarias tres palabras y una de ellas fue “abdicar” o, lo que es igual, entregar, renunciar. Y eso no es poco como intento de reflejar un estado de las cosas. Por el contrario, posiblemente sea demasiado.
Para terminar de cerrar las apelaciones no puede obviarse la referida al cine. Desde la primera poesía (Un amor de película) Lisandro desgrana un punto de vista cinematográfico sobre lo erótico. Esta mirada abarcativa, este punto de vista fílmico que contiene a la totalidad del amor y lo pannea, nunca deja de montarse y editarse en detalles contundentes y devastadores de la elemental esencia amorosa: “un insecto verde y rojo / se posó en su vientre / algo oscuro / le llevaba un mensaje de amor / que lerdamente / él hizo crujir / en sus manos // Toman vino en sus tazas / y se zambullen de cabeza / hacia la profundidad del día.
Esta poética nos remonta – épicamente – a una tradición visual y plástica que toma los emblemas de la nouvelle vague y oscila en un contrapunto entre los pequeños detalles y los desmesurados horizontes del vínculo; a que una mirada, o una conmoción, ajenice la unión, la describa como impropia y la subjetivice en una escena de la que los protagonistas son absolutamente ignorantes.
En ese zoom que distingue en la vastedad de paisaje los atributos nimios del amor se logra lo más difícil: conjugar en el discurso poético los significantes y los encantos del lenguaje cinematográfico. Al decir de Lenne, se traduce a versos el elemento fantástico del cine.
Claro exponente de la nueva generación de poetas rosarinos, González levanta el velo obsceno de lo cotidiano y nos permite ver el verdadero rostro de los hombres. Probablemente por eso ha decidido articular la obra de modo que su lectura suponga escalar los peldaños de una imaginaria escalera elevándonos desde lo explícitamente terrenal expresado en “Un amor de película” y donde así lo expresan los versos “ en el cine se acuerdan del cine / de la mano que / descuidadamente / se están tomando” hasta desembocar en la serenamente reflexiva “Con la última sombra” y su apasionado “la vida en tu boca / es montaña / de un árbol desnudo”. Aquí nos muestra, con la inequívoca particularidad de sus afirmaciones, en qué vereda se encuentra parado para opinar y hacernos pensar sobre el sentido mismo de la vida y nuestro paso por ella. Esto queda plasmado en los bellos versos de cierre “la vida es el coraje / de la ropa antigua / ardiendo sobre la felicidad / de la piel para hacer / humo en el lugar / de los ausentes”..
Quizás sea un pálpito, un presagio. Quizás sea esa premonición, y no otra, la puerta que Lisandro González ha dejado abierta para su próxima obra. Quién sabe…
Roberto Lobos – Fernando Marquínez – Ricardo Guiamet
DICIEMBRE 2004
Selección de poemas de Esta música abanica cualquier corazón (1994)
DE REFILÓN
En el velorio de la tarde
cae una rodaja, se corta un péndulo.
Alguien
en el último espejo
escribe. Tersos baldíos.
Todo sucede
en el pequeño tamaño de las horas.
Hasta brotan cigarrillos
en rosas de cobre.
Umbrales alambran
otras memorias.
Y un tango. Colgado
de una pieza con aliento a polvo.
Y el cielo, que deja de lado
algunas nubes.
SEDUCCIÓN
Rosario abre su escote:
lo recibe una cantera
donde los parroquianos
pulen diamantes
en las cervezas.
Esta ciudad no es fácil:
las memorias
aparecen
en los pocillos mal lavados,
en los cabellos de un río.
THE NIGHT KILLS THE CAT
Rosario enciende
con elegancia
sus alcantarillas.
Las paredes destilan
esa somnolencia pesada
que grita
“no hay lugar en el aire”.
Y la noche, maldita noche
no puede contener
al sol –termómetro
de soledades-
en su ascenso promiscuo.
Aún molestan
los amaneceres
y ciertas madres ajenas.
Otras no.
ROSARIO, UNA TARDE
Los decibeles de la tormenta
hacen alarde
con su lírica
maquinaria.
¿O NO SER?
Caen los árboles
sobre el cielo
y la tierra, mojada
de un azul profundo, oscuro.
El mundo se vuelca
en un pájaro.
DIFÍCIL DETENER EL DÍA
Atardecía.
Como otras veces,
como demasiadas veces.
Nada parecía poder detener
este sol.
Ya sólo resta
un ciego sonido de lumbres.
La boca del cielo
se cierra
y solo, un rastrojo de las sombras.
El encrespado batido de luces
se pierde
en un atardecer violeta.
Esta música
abanica
cualquier corazón.
En el velorio de la tarde
cae una rodaja, se corta un péndulo.
Alguien
en el último espejo
escribe. Tersos baldíos.
Todo sucede
en el pequeño tamaño de las horas.
Hasta brotan cigarrillos
en rosas de cobre.
Umbrales alambran
otras memorias.
Y un tango. Colgado
de una pieza con aliento a polvo.
Y el cielo, que deja de lado
algunas nubes.
SEDUCCIÓN
Rosario abre su escote:
lo recibe una cantera
donde los parroquianos
pulen diamantes
en las cervezas.
Esta ciudad no es fácil:
las memorias
aparecen
en los pocillos mal lavados,
en los cabellos de un río.
THE NIGHT KILLS THE CAT
Rosario enciende
con elegancia
sus alcantarillas.
Las paredes destilan
esa somnolencia pesada
que grita
“no hay lugar en el aire”.
Y la noche, maldita noche
no puede contener
al sol –termómetro
de soledades-
en su ascenso promiscuo.
Aún molestan
los amaneceres
y ciertas madres ajenas.
Otras no.
ROSARIO, UNA TARDE
Los decibeles de la tormenta
hacen alarde
con su lírica
maquinaria.
¿O NO SER?
Caen los árboles
sobre el cielo
y la tierra, mojada
de un azul profundo, oscuro.
El mundo se vuelca
en un pájaro.
DIFÍCIL DETENER EL DÍA
Atardecía.
Como otras veces,
como demasiadas veces.
Nada parecía poder detener
este sol.
Ya sólo resta
un ciego sonido de lumbres.
La boca del cielo
se cierra
y solo, un rastrojo de las sombras.
El encrespado batido de luces
se pierde
en un atardecer violeta.
Esta música
abanica
cualquier corazón.
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