Poemas lumbares de Lisandro González. Santa
Fe, Universidad Nacional del Litoral, 2014.
Por Diego Colomba
Una vivencia personal –la dolencia de una
hernia de disco– llevó a Lisandro González
(Rosario, 1973) a hacer de algunos meses de convalecencia hogareña materia
de su escritura. El resultado fue una serie de textos que, reunidos con algunos
más breves y recientes, conformarían Poemas lumbares, el título ganador de la
última edición del Premio provincial José Pedroni en la categoría Obra inédita.
Aunque el galardón solo responde a las cualidades del libro, para muchos vale
también como un reconocimiento de la obra del rosarino, compuesta de siete
títulos propios –y otras tantas participaciones en volúmenes colectivos– que dan
cuenta de las diversas inflexiones de una singular voz lírica, ajena desde sus
comienzos –soplaban ardorosos aires juvenilistas (aún no extintos)– a las modas
y a las jergas de pertenencia.
Poemas lumbares se compone de dos partes formalmente
muy diferentes. La primera se titula “La apariencia de los objetos o elementos
nocturnos” y cuenta con 27 poemas (de cinco tercetos de versos libres frecuentemente
encabalgados) y uno breve a manera de colofón. La segunda parte, “La película
que somos”, está compuesta por acrósticos inspirados en amigos y familiares,
incluso en el médico que asistió a González en el trance antes aludido. En el
seguimiento de ciertas normas formales –una suerte de auto limitación
estimulante– resuena una de las connotaciones menos obvias del título del libro:
las vértebras lumbares, los segmentos más macizos de la columna vertebral, resultan
la base sobre la que se apoyan las demás vértebras. Ambos apartados conjugan temas
y rasgos retóricos y al mismo tiempo se tensionan tonalmente: el decir sombrío,
reflexivo y moroso del primero contrasta con el más escueto, luminoso e
intempestivo del segundo.
La primera parte de la obra se ocupa del
dinamismo pasional propio de una subjetividad que padece (condición “ya no
sentimental, casi de existencia”), en un periplo que recorre desde la alborada
hasta la llegada de la noche, cuando “se enrarece el vínculo de las cosas”. Una
serie de elementos domésticos, urbanos y ribereños configura el “equilibrio
oscilante” de una geografía íntima. El dolor alumbra la conciencia del cuerpo
que, en tanto voluntad querenciosa, se despliega sensitivamente para afirmarse,
en una suerte de desasosiego constante. Bajo un cuidado aire impersonal, que
atempera una figuración proliferante, esa estrecha relación entre sensibilidad
y sentimentalidad (“Pequeña dentellada en el nervio/ y otra en el corazón/ –en
nervio padre–“) se vuelve el obsesivo tema de los textos. Si la sensibilidad es
una herida abierta al mundo, que disgrega y debilita el cuerpo, este último
desarrolla una enérgica actividad para crear un “imperio” propio. Para González,
esta práctica industriosa (“abre una carpeta en un sitio/ entre el poema y las
cosas”) da como resultado, entre otras cosas, “rudimentarios/ pentagramas del
olvido”.
Ese arte poética esbozado fragmentariamente se
impone como tema en la segunda parte. Una sucesión de actores disparan la
rememoración de luminosas experiencias, como compañeros y testigos, cuando no
suscitadores de las mismas. El sujeto poético va más allá de las apariencias
para penetrar la tiniebla de la pasión que son los seres que comparten su
camino, y lo hace sin certezas: aunque González sea un hombre de fe, felizmente
no escribe como tal (“salvaciones cuya grafía esbozamos/ inútilmente”) y en “la
película que somos” no reconoce director ni nombre de autor. Se suceden
entonces felices aproximaciones al fenómeno poético que hacen de la música y el
hallazgo (sensible, sensitivo o intelectual) sus elementos constitutivos. Cada
una de las experiencias cifradas en los nombres (que nos persuaden de la
motivada arbitrariedad de los acrósticos) minan la apabullante monotonía de las
vidas grises aludidas en el primer apartado y se conectan con el arte:
infinito, eternidad, belleza, desafío del tiempo, milagro, lejanía, misterio,
gesto onírico, destino que se atisba, iluminaciones, sueños, formas de vida, amor,
esperanza. Como se dice en el acróstico dedicado a su terapeuta, que de alguna
manera cierra el relato de una experiencia: “pero/ alguien/ vuelve con la/
espalda/ sana al instante de lo/ inmenso y/ omnipotente”. Si toda pasión
corporal es inquisitiva porque busca descubrir un secreto, una de las maneras
más ardientes de asumirla, nos dice la voz sentimental de González, es la
poesía.
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